Y aquí estoy. Alrededor de los 111 kiletes otra vez y contento porque las navidades han hecho su trabajo (y yo el mío claro) para darme la oportunidad de seguir teniendo un reto, un motivo para recordar que cuerpo y espíritu son parte de un todo, yo en este caso, y que más me conviene que se lleven bien y que no vuelvan a pelearse.
Y dejando a un lado las cifras gilipuertas no sé si os he dicho que estoy aterrado por cumplir (ahora en febrero) cuarenta años. Bueno, no creo que sea miedo realmente. Más bien es "sólo" una horrible angustia existencial. En realidad, aunque quede más de un mes para mi cumpleaños, creo que ayer cumplí los cuarenta. Ayer murieron mis veinte años y parte de los treinta. Se fueron con David Bowie. Lo sé, es cansino. De pronto tooodo dios admiraba a Bowie, ya habéis leído y visto vídeos y fotos para parar tres trenes. Bueno, aquí al lado puse al principio del todo una estrofa de la traducción de Changes. Por si no la habéis visto la escribo copio:
Aun no sé lo que estaba esperando,
mi tiempo corría salvaje, un millón de callejones sin salida,
y cada vez que pensé que lo había logrado
parecía que el sabor no era tan dulce.
Entonces giré para enfrentarme a mí mismo,
pero nunca percibí cómo los demás deben ver al impostor,
soy demasiado rápido para ser analizado.
David Bowie me enseñó a no sentirme raro... o mejor, me enseñó a sentirme bien siendo raro. Sus canciones me descubrieron que no hay sólo un camino sino muchos y que, llegado el caso, también hay un camino que puedes abrir tú escogiendo el sitio por donde no haya pasado antes nadie. Adiós hombre, gracias por la música.